lunes, 1 de febrero de 2010

El chico de los periódicos


La noche es fría. El callejón está desierto y decorado con dos contenedores de basura ubicados en cada esquina de una pared que bloquea cualquier salida. El aire nocturno recorre el suelo llevándose consigo hojas de periódicos semejante a una alma desencarnada, meciendo las prendas de un chico que está acostado con la mirada fija en un cielo cubierto de estrellas como luciérnagas en una tela negra. El chico de los periódicos viste una camisa blanca, pantalón azul y zapatillas deportivas manchadas de lodo. Había corrido por charcas de agua y barro para salvar su vida, escondiéndose en este callejón sin imaginarse que la persecución llegaba a su fin. Sus ojos abiertos y vidriosos observan, plácidamente, la luna sumergida en sombras sin, en realidad, ver. Su mirada se pierde hasta más allá de las estrellas, más allá de las constelaciones y del universo. Su mirada se pierde entre el espacio y el tiempo.

La noche es fría y amenazadora como el iceberg que hundió el Titanic. Parece que nadie ha escuchado el estruendo, en lo alto hay ventanas desprovistas de luz y ninguna alma se asoma en ellas ¿tendrán miedo? es mejor tenerlo. Un gato se acerca, con cautela, y empieza a oler al chico e, incluso, le pasa la lengua por su mejilla. Sin embargo el muchacho no siente la saliva del animal, ni su presencia. Ya no siente absolutamente nada. Las heridas que tiene en el pecho, justo en el corazón, han hecho su efecto. El gato maúlla como si quisiera despertarle y camina de nuevo, pero algo lo detiene, gira sobre sus patas y regresa por donde había venido. Pensando que, a lo mejor, su curiosidad podría matarlo.

La noche es fría y mortal como el muchacho que está echado en el suelo. Sí, no hay duda posible. Su cuerpo se encuentra bañado en sangre, una sangre que en aquella oscuridad parece negra. Sus ojos, como las ventanas de una casa deshabitada, lo demuestran: en su interior ya no se esconde nada. La aborrecible alma se ha ido dejando aquel, inservible, material postrado en el callejón. El chico de los periódicos está muerto. El motivo de su asesinato fué: violar a una indefensa muchacha. "Perdóneme señor" fueron sus últimas palabras. Las pronunció segundos antes de que yo, padre de la chica, apretara el gatillo y descargara mi arma sobre él.